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Ojo conmigo !


Cacho...Cacho... Negro, despertate...- escuché en medio del sopor de quién emerge de un largo sueño.

-¿Eh? ... que pasa Tana ? ...por qué me depertás? - balbuceé mientras sorbía nuevamente la baba que se me escurría entre los labios.

-Despertate amor. Estás hacendo ruidos y pateando. Me vas a dejar las piernas llenas de moretones-

En algún canal de cable había escuchado que uno de los efectos de despertarse en medio de un sueño es que se lo puede recordar perfectamente. Y era cierto.

-Estaba soñando que había unos ladrones que querían entran por el fondo de esa casa que siempre sueño ¿te acordás?... la gigante con parque y pileta. No la de Temperley. La del quincho con parrilla y horno de barro. Esa. Bueno, yo no podía ver nada porque las puertas que daban al fondo estaban cerradas, pero escuchaba que había alguien del otro lado que quería entrar y para espantarlo, no sé bien por qué, me puse a ladrar...-

Estoy seguro que ella se dio cuenta que fue porque desde chico soy un verdadero macho alfa y no puedo evitarlo.

-Dormite Husky sobrealimentado. Estabas ladrando como si te hubieran robado un hueso. Mañana me contás mejor -

Es posible que todo tenga que ver con Darwin antes de que la barba se le pusiera blanca defendiendo la teoría de la evolución.

Por ejemplo y sin ir más lejos, en la Patagonia Austral existe un tipo de ave que anida en medio del agua, deposita dos huevos que cuando eclosionan inician la batalla por la subsistencia del más apto. La famosa selección natural, que le dicen. Uno de los dos hermanos pondrá todo su esfuerzo en tirar del nido al otro produciendo su muerte por ahogamiento, marcando así su supremacía, optimizando el aprovechamiento del reducido espacio y duplicando el efecto de la ración de comida que los padres acercarán al nido.

Un capo el bicho emplumado.

Yendo un poco más allá, vemos por ejemplo que toda la familia cánida, partiendo del lobo hasta el caniche toy, realizan una única contienda dividida en varias faces. Primero el cachorro aullará por sobre los demás hasta demostrar que su lamento a la Luna es más fuerte y constante, luego orinará cada rincón y sobre sus hermanitos con la finalidad de reclamar el territorio y sus súbditos y finalmente peleará con sus hermanos machos hasta doblegarlos logrando su sumisión total. Cuando logre tenerlos rendidos a sus pies con la panza arriba e indefensa, pondrá su pata sobre ellos declarando su victoria y supremacía, y su derecho a todas las hembras de la manada.

A mí, mi hermano me meaba la ropita.

El desgraciado abría el tercer cajón de la cómoda y regaba mis prendas con su orina. Ositos , pañales de tela, (de la era en que no eran descartables) saquitos, medias...todo. Estoy seguro que en algún momento yo lo oriné a él. No podría ser de otra manera. Cosas de macho dominante, se entiende. Y sin rencor, claro.

La vida silvestre cuenta con muchos ejemplos por el estilo, pero en los humanos este mismo mecanismo persiste mucho más tiempo, en ocasiones toda una vida. Y si a los siete años mi hermano mayor resentía mi presencia como una amenaza a su imperio, él no se conformaría con marcar el territorio con su orina, sino que como esa práctica sólo le traía aparejado el enojo y reprimenda de mis padres, optaría más tarde por el plan del ave patagónica tratando de deshacerse de mí echándome del nido. Ni tonto ni perezoso entendió que la experiencia acumulada indicaba que para permanecer ajeno e inocente a los hechos necesitaba de los servicios de algún sicario que trabajara por caramelos. Y en épocas en que los lápices se usaban hasta su último centímetro, debió esperar cinco largos años de ahorro en glucosa solidificada para que su mejor amigo accediera a llevarme a perder a tan sólo ocho cuadras de casa.

Pero como le he dicho, soy un macho alfa muy pero muy dominante y encontré mi camino de vuelta sin titubeos. Así obligué a que la imaginación de mis contendientes se esforzara mucho más, incluso hasta superar sus propios límites y soñar crédulamente con que podrían alcanzar la victoria en la próxima oportunidad.

Así fue que se esmeraron. Un día un amigo en bicicleta pasaría distraidamente sobre mi panza, otro una pandilla de compañeros me acosaría donde fuera que me encontrara y finalmente sería blanco de una manada de tiradores con rifles de aire comprimido y gomeras recargadas.

El tiempo no pasó en vano y como consecuencia de mi bien ganada supremacía jamás cedí el asiento a una embarazada, me adelanté en la cola a las abuelitas en cada oportunidad que encontraba y le mojé la oreja a cuanto compañero molesto se me cruzara en la escuela.

Siempre alerta, aún ahora noto que cuando mi mujer se acurruca junto a mí en la cama, está tratando de dominarme. La veo abrazándome de lado con su piernita cayendo descuidadamente sobre las mías y me suenan todas las alarmas.  Inmediatamente saco una de mis peludas extremidades y la pongo arriba de la pirámide. Si, ya sé, se vuelve un poco aburrido cuando ninguno de los dos deja de intercambiar la posición de sus piernas, pero de ninguna manera le voy a permitir que logre ese estado de dominación sobre mi persona.

No piense que sólo me la tomo con mis familiares, no crea. Hasta cuando ando por la calle mantengo mi actitud dominante. Me he descubierto haciendo uso de ella cuando un auto llega a una intersección al mismo tiempo que el mío. No importa si viene por la derecha o por la izquierda, inmediatamente clavo los frenos y con tan sólo una seña de mi mano logro que el otro pase primero sin siquiera chistar.

Con los peatones suelo hacer algo parecido, no vaya a ser que piensen que me ablando. Si cuando estoy girando con mi auto en alguna esquina un peatón quiere pasar por la senda peatonal frente a mí, yo simplemente freno y hago un movimiento de cabeza de arriba hacia abajo, como asintiendo, y el peatón sin excepciones, obedece mi orden y pasa rápidamente de una acera a la otra. Bueno, a veces no tan rápido. Pero lo importante es que me obedecen, porque desde la cuna soy un macho alfa y no quiero que lo olviden. Es como una maldición ¿vio?  Como ser lindo.

Todo esto me consume tiempo y esfuerzo, claro. Hasta hacer una visita al mecánico es una tortura. Es que siento que cuando llevo el auto a arreglar tengo que demostrar mi valía por sobre la del hombre de overoll que empapela su oficina con imágenes de mujeres despechadas y lleva las manos permanentemente manchadas de grasa. Recuerdo como si fuera hoy una oportunidad en que le he dejado mi auto por algún ruidito pavo que uno sabe que no es nada y el mecánico me ha traído cuentas por más de 500 dólares.

-No, lo que pasa es que se había roto la fibra óptica que conecta la computadora de abordo con el regulador de baja...

Y aunque mi auto sea un desvencijado Renault 12 de 1986, época en que todavía no las habían inventado, nunca abandono mi posición de líder supremo, y hasta en estos casos demuestro mi poder como proveedor pagando los 500 más una propina de 50, simplemente para que vean lo macho que soy.

En estas cuestiones de hombría no existe mejor prueba de aptitud que ir a la ferretería y que el ferretero me entienda. Que si pincho una goma evite llamar al Automóvil Club y directamente me tire al piso con mi mejor traje y corbata para cambiar el rodado en medio del barro.

Incluso voy a la cancha cada domingo, pero no a la tribuna de mi equipo, no, que va, me voy a la del contrario y encima grito los goles en voz baja.

En este afán de perfeccionarme en lo que a mi naturaleza respecta, adopté como propio el ejemplo de la educación militar. Descubrí que no sólo hay que saber matar de la manera más rápida, también hay que saber cocer, zurcir, doblar la ropa, hacer bien la cama y cocinar más o menos como la gente. Todas cosas que un buen militar aprende antes de saber atarse los borceguies correctamente. Aunque aún me queda pendiente el matar a alguien.

En lo referente al sexo estoy seguro que un macho alfa debe fecundar a todas las féminas de su manada. Lo que, creo que está claro, se reduce a mi mujer. No piense que me está dominando, no, lo que pasa es que somos muy religiosos y mi iglesia tiene otro concepto sobre la cantidad de mujeres que conforman mi harén.

Definitivamente nadie me comprende.

Mis congéneres no captan la idea de lo que implica ser un líder de la manada, vivir de acuerdo a lo que la naturaleza nos encomienda y ser fiel a nuestra propia esencia.

Sin ir más lejos, mi vida se derrumbó el día en el que oriné sistemáticamente cada árbol, pared y rueda de auto circundando la manzana donde se ubica mi casa.

Dicen que la ley impide hacerlo a menos de cien metros de una escuela y que, para mayores males, no se entiende mi necesidad urinario-territorial en un mundo en donde lo importante son las posesiones acreditadas mediante título de propiedad.

Incluso el psiquiatra de la defensa me atribuyó una perversión relacionada con las exhibiciones obscenas, como si se pudiera condenar a cada pichicho que anda por la calle haciendo nudismo.

Por eso ahora me cuido mucho más cuando duermo. Trato de no patear ni ladrar muy fuerte como en casa. Es que justo en la litera de abajo duerme el famoso "Rompehuesos Castro". Él dice que somos novios y yo me niego a contradecirlo. Usted me entiende, de puro macho alfa que soy.

OPin 2015

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